Todo empezó el veintidós de diciembre de este año, cuando empecé a cansarme de esperar los resultados del análisis.
Miraba hacia la ventana y la luna llena me tentaba a abrir la barrera entre yo y el exterior, saltando hacia los matorrales, después de eso, correr hacia el bosque y desaparecer entre el blanco paisaje.
Las enfermeras seguían atosigándome con palabras tranquilizadoras, mientras, yo planificaba mi escapada. Mi libertad cada vez estaba más cerca, a las nueve todo el mundo se iría a la cama y tendría vía libre para salir. Aún era pronto, el reloj marcaba las siete y media.
Por la puerta entró uno de mis hermanos mayores, diecinueve años, alto, pelo castaño y ojos azules.
-Hola, Adelaida- se acercó a mí, sentándose en una silla de metal cercana.
-Hola… y los demás- miré hacia la puerta-, no les veo.
-Alan está en el súper con Elliot y a Casper lo han castigado.
-Siempre se mete en líos-me imaginé cada una de las caras de mis hermanos.
Alan, un niño de siete años, castaño y de pelo largo, de ojos verde esmeralda. Elliot, un chico de veintidós años, alto y esbelto, de cabellos dorados y ojos azul oscuro. Por último, Casper, catorce años, siempre lleno de cicatrices, pelo de un rubio oscuro y ojos pardos.
Cada uno diferente y encantador:
Alan, adoraba leer y aprender. Muy tierno, tímido y dispuesto a ayudar.
Casper, le encantaba meterse en peleas, por eso siempre estaba lleno de cicatrices. Fuerte personalidad y bastante pasota.
Breizhlander, el que estaba en la habitación, le gustaba todo lo relacionado con la ciencia, la geografía o la literatura. Frío y calculador.
Elliot, un ligón, siempre andaba con chicas. Enérgico y romántico.
-¡Hola, Adelaida!-por la puerta apareció Alan, seguido de Elliot-, te he traído unos bombones.
-Que dulce, merci.
-Muchas veces-me abrazó y se sentó encima de Breizhlander, mientras que Elliot se apoyaba en la pared.
Rato después, se fueron.
-Hasta mañana sueur.
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