lunes, 28 de mayo de 2012

Cartas al abuelo. Capítulo 3.

Lo primero que vi fueron unos electrizantes ojos de un verde pálido fijos en mí. Estaban enmarcados en unas gruesas pestañas nagras con reflejos rojos.
Los labios del sujeto de hermosos ojos se movían, pero su voz era un eco en mi cabeza. Su mirada me había hipnotizado, reteniendo todos mis movimientos.
-¡He, te he hecho una pregunta!-espetó fríamente devolviéndome a la realidad-. ¿Qué quieres?
-Yo…-aparté la mirada par dirigirla hacia los caballos- . Solo miraba los caballos.
-Entonces te pediré amablemente que te marches, entorpeces nuestro trabajo.
-¿Eso es amablemente?-me enfrenté a su mirada penetrante, mala idea.
Ahora le mire de arriba abajo, un hermoso chico, eso es lo que era. Un hermoso chico de largos cabellos rojos atados en una coleta, alto y esbelto, y según se podía ver por su camiseta de manga corta, musculoso. Su rostro era serió y sus facciones finas, pero definidas.
Lo que más atrapó mi atención fue un tatuaje que tenía en el brazo derecho. Asomaba por la manga corta y llegaba asta la mano, rodeándola.
-Solo apártate- con su brazo izquierdo me empujó para recoger algo de paja-.Como he dicho antes, entorpeces nuestro trabajo.
-No hace falta que me empujes, me puedo apartar de tu camino yo solita.
Gira sobre sus talones con un montón de paja al hombro y luego me fulmina con la mirada mientras alza un brazo para señalarme la salida.
Viro la cabeza en la dirección de su brazo y luego lo miro directamente a los ojos enfrentando su mirada.
-No me voy a ir-señalo seriamente ante su fría expresión.
-Que molestia…-susurra y a continuación levanta el tono de voz para indicarme que no le molestara.


Querido abuelo, esta es la primera carta que te escribo tras tu muerte, pero no es más que una mera manera de intentar hacer que las palabras que te dedico viajen más allá de mi cabeza.


 Hoy es cuando el cielo se calma tras un día de tormenta, pero no hay arcoíris porque, simplemente, aún no es el momento. Hoy es el día en el que la nueva aventura cobra vida, pero esta vez la haré sin tu ayuda…


Icíar
La mañana del tercer día era normal.
Las sabanas, cubriéndome completamente desde pies a cabeza, no dejaban que pasara nada de luz natural entre ellas. Los rayos de sol terminaban en su fino tacto, esperando para molestarme y hacerme despertar.
El sonido de un martillo golpeándose me despertó bruscamente. Con cada martillazo mi cabeza maldecía aún más exageradamente a la persona que empuñase esa maldita herramienta.
Con paso firme me asomé a la terraza y vi al culpable de mi brusco despertar. Martilleando con fuerza unos clavos un varón de largos cabellos rojos dándome la espalda.
-Yo le mato…-murmure por lo bajo.
El levanta el martillo y golpea fuertemente la madera haciendo que mi cabeza estalle en furia.
Tomo aire y le grito:
-¿¡No tienes nada mejor que hacer a estas horas!?-se voltea para mirarme fijamente, pero en lugar de estar indiferentes están sorprendidos-.Vete a dar de comer a los caballos, es menos ruidoso.
-¿Qué haces ahí?
-Vivo aquí. Y los martilleos matinales me molestan- señalo la contundente arma que sujetan sus manos-, es decir, para de hacer ruido con ese trasto infernal.
-¿Eres la hija de Carlos?


-Me parece que esa no es la cuestión en estos momentos-me mira fijamente-.Sí, lo soy. Ahora deja de dar golpecitos con esa cosa.
Salgo de la terraza adentrándome en mi cuarto. Una enorme habitación blanca con un armario y una cama. Nada más, ni una mesa, ni un espejo… nada.
Bajo al salón en pijama a la cocina y me encuentro con el pelirrojo bebiendo un vaso de agua. Al mirarme casi se atraganta por reír.
-Qué…-murmura.
Miro mi pijama azul claro con búhos estampados en pantalones y camiseta, luego vuelvo a mirarle y encojo los hombros.
-¿Qué pasa?
-No es un poco infantil…-señala mi pijama para obviar a lo que se refiere-. Es decir…
-Lo he captado-pongo los ojos en blanco y con paso firme paso ante él para alcanzar la puerta del frigorífico.
Al abrir la puerta noto el frío y me froto un poco el brazo que sujeta la puerta metálica.  Saco leche y algo de zumo que mi padre gurdo, probablemente hace poco.
Pongo las cosas en la mesa  más cercana y cierro la puerta con un empujoncito de la cadera.
El chico se ríe por lo bajo ante mi movimiento y me volteo para mirarle seriamente, pero está de espaldas a mí.
Busco en los cajones por alguna cuchara pequeña, pero nada.
-Toma- me tiende una-. Los cubiertos están en este- señala el cajón que esta a su derecha.
-Gracias-la tomo rápidamente y cojo Nesquik que hay en un estante.
-¿Nesquik?
Enfadada por el comentario me giro y enfrento su risita.
-Sí, ¿algún problema?-me mira seriamente sin articular palabra-. Bien…
Mi padre entra en la cocina,  y ajeno a todo coge el zumo y se sirve un vaso.
-Estaba pensando en montar una fiesta a lo grande, ¿qué te parece?-me mira esperando una respuesta.
-¿Una fiesta para qué?- pregunto. Me mira confundido  y me sujeta la mirada hasta que caigo-¡Ah! No hace falta, me sirve una tarta con cuatro velas, un sofá y la familia.
-No digas tontería, uno no cumple los veintiuno a diario.

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