miércoles, 27 de marzo de 2013

Cartas al abuelo. Capítulo 11.

Tras un largo descanso vuelvo algo más inspirada, y con nuevo capítulo.
Espero que os guste :D


Camine lentamente hacia los establos, con la linterna alumbrando el camino.
De repente un caballo relincho de forma brusca y me quede paralizada. Inconscientemente retrocedí un paso. Estaba helada.
No es que tuviera miedo de un caballo, era solo que mi imaginación me jugaba muy malas pasadas, sobre todo si todo estaba oscuro.
-No es nada, no es nada, no es nada… Por favor que no sea nada…
Llegué a la entrada y vi que la puerta estaba abierta.
Con cautela la abrí e iluminé el interior. Estaba tan sobrecogida que temblaba por lo que la luz no paraba de moverse.
Antes de entrar respiré tres veces profundamente y continué caminando al interior, cerrando la puerta detrás de mí.
Me sentía inquieta, no podía parar de mirar a todas partes.
Algo cayó al suelo sobresaltándome. Pegué un pequeño bote que hizo que soltara la linterna. El aparato a pilas se estrelló en el suelo y se rompió, dejándome a oscuras.
-Genial…-otro ruido me impactó-¿Hola?-mi voz era un inaudible susurro-¿Hola?- alcé el sonido un poco mientras avanzaba-. Cualquier cosa menos un fantasma… En serio, cualquier cosa-pedí en un murmuro. La vista se me estaba acostumbrando y ya podía distinguir las cosas-. ¿Hay alguien?-. En cuanto hice la pregunta me sentí estúpida. Como si un ladrón fuera a contestar.
Fui hasta el final del establo sin ver nada. Habría sido el viento o algún animal que se habría colado. Sí, una conclusión lógica, mucho mejor que espíritus malévolos alzándose…
Al darme la vuelta chaqué contra algo y retrocedí de forma brusca. En un impulso chillé de forma estruendosa mientras me cubría la cara con los brazos.
-He, tranquila-alguien me agarró los brazos intentando hacer que parara-. Tranquila Icíar, soy yo.
Miré a la persona que me agarraba y relaje el cuerpo cundo pude distinguirlo.
-Qué… ¿Adam?-me soltó lentamente- Me…-puse una mano en mi pecho. Sentía que el corazón se me iba a salir-. Me has dado un susto de muerte…
-Lo siento…
-¿Lo sientes?-le miré estupefacta-¿Qué haces aquí? ¿Tan temprano trabajas?
-No. Solo se me olvido algo.
-¿Y por eso vuelves en la noche?-me fije en que tenía un bocado en la mano-. ¿Te has olvidado eso?
-No…-me miró intensamente sin mostrar expresión-. Prométeme que no se lo dirás a tu padre.
Volvía a mirar el bocado y luego alcé la mirada hasta sus ojos.
-No me digas que vas a montar en el caballo que te tiró-miró al suelo y soltó un largo y pesado suspiro-. Adam… dime que no planeas hacer eso.
-Si no lo hago lo sacrificaran.
Le mire a los ojos intentando ver que mentía, pero no lo hacía. Tragué saliva y aparté mis ojos de él.
No me gustaba esa idea. Era una apasionada de los caballos.
-Te voy a ayudar-le miré algo insegura-. No se lo diré a mi padre, pero a cambio supervisaré lo que haces.
-Ni de broma. Solo guárdame el secreto y ve a dormir.
-No me trates como si fuera una niña caprichosa. Intento ayudarte para que no acabes con el brazo peor.
-No hace falta que me ayudes-pasó por mi lado, chocando su hombro izquierdo contra el mío-. Hace mucho que deje de ser un crio.
Se acercó a una cuadra, donde un elegante corcel negro como el carbón se acercó a saludarle.
-Adam… Entiendo que no quieras mi ayuda, pero no puedes hacerlo solo.
-¿Por qué pensáis todos que no estoy preparado?-tomo la cuerda que amarraba al equino y lo saco de su estancia-. He visto como lo hacen. Se lo que hago.
-No lo dudo-me miró, intentando adivinar lo que intentaba decirle-. Sé que no vas a descansar hasta que lo hayas domado. Eso te supone un riesgo-me acerqué a él hasta quedar a unos pocos metros de distancia-. Déjame ponerte límites. Por tu bien.
-Se ponerme límites a mí mismo.
-¿De verdad? Tu hombro derecho no dice lo mismo.
Se quedo callado mientras acariciaba al caballo. Le puso el bocado y le dijo unas palabras de ánimo.
-Está bien. No te prometo que acceda a hacer lo que tú digas, pero no te diré que no lo intentes.
-¿Siempre eres tan testarudo?-suspiró y pasó de largo-. Lo que está en juego es tu salud.
-No. Lo que está en juego es la vida de Hades-le dio unas palmaditas al caballo-. No voy a permitir que le sacrifiquen porque nadie se preocupo por él.
Retomó el rumbo hacia el bosque y se metió entre los árboles.
Corrí hacia él esperando no desorientarme en la espesura del pinar.
-¿Adam?-ande a paso ligero pero no le veía-¡¿Adam?!
Todo estaba tan oscuro que empecé a sentir terror. El silencio sepulcral no me ayudaba a tranquilizarme y Adam no me respondía.
-¡Adam!
-No grites-me giré hacia mi derecha, por donde él aparecía- ¿Pretendes delatarme?
-Es que no te veía.
-Ya…-agarró mi mano-. Es por aquí. Hay un claro por aquí cerca. He dejado allí a Hades.
-¿A si se llama?-apartó una rama baja y esperó a que yo la pasara para soltarla-. El caballo me refiero.
-Sí.
-Que original. El dios del inframundo.
-Es negro. Por eso le pusieron ese nombre. Por eso y porque es un hueso duro de roer.
-Me lo puedo imaginar-estrechó mas el agarre y empezó a aumentar la velocidad de su paso-. Espera vas muy rápido.
-No queda mucho hasta el amanecer. Me gustaría que tu padre no se diera cuenta de lo que hacemos.
Cuando llegamos al claro pude ver que ya lo tenía todo preparado.
Había un palo que había clavado en la tierra, y había atado una cuerda a él. Tenía despejado el sitio, quitando hojas, palos y piedras.
Se había esforzado, hasta tenía dispuesto un sitio con agua y manzanas.
Me soltó y se dispuso a montar al animal.
En cuanto se montó este empezó a dar giros y acorrer haciendo cabriolas. En una de sus maniobras tiró a Adam de su lomo.
Fue una dura caída de espaldas. El choque contra el duro suelo fue dolorosamente sonoro.
-¡Adam!-corrí hacia él-¿Puedes moverlo todo?
-Sí…-dijo arduamente tocándose el brazo derecho-. Pero me duele.
Miré al caballo, el cual se alejaba de nosotros.
-No creo que te haya cogido confianza. Vas muy rápido.
-No hay otra opción, solo nos queda un mes.
-¡¿Un mes para domarlo?! Es imposible…
-No voy a rendirme, Icíar-se incorporó en el suelo-. No puedo rendirme.
-Si sigues así podrías acabar parapléjico. Adam lo que estás haciendo es genial, muy noble, pero… tienes que tomártelo con calma.
-No hay tiempo-me miró con una mueca de dolor-. Mi padre quiere ver resultados, y si Carlos no se los da mandara a Hades al otro barrio. No quiero que mi padre se salga con la suya cuando puedo impedirlo.
Miré al animal. Realmente era majestuoso. Comprendía por qué Adam quería salvarlo, pero había prioridades, y una de ellas era no matarse.
-Necesitas cambiar de táctica. Vas muy deprisa ¡Mírale!-señale al corcel negro-. No tiene confianza en ti. Déjame ayudarte.
-¿Me garantizas que funcionará?
-No. Pero avanzaremos más.
-¿Cuánto?
-Lo suficiente como para dejar que te acerques más-le ayudé a levantarse-. No tienes nada que perder. Si no confía en ti no se puede hacer nada.
El joven cerró los ojos fuertemente, meditando mis palabras y su respuesta.
Cuando los abrió me miró fijamente, demostrándome que no tenía ninguna duda al contestarme:
-Vale, lo haremos a tu manera.

 
-¡Icíar!-algo mullido y suave chocó contra mi espalda-¡Icíar despierta!
-Cinco minutos más.
La noche había sido una locura, me había pasado horas ayudando a Adam a domar a Hades. Habíamos hecho que el caballo caminara a nuestro lado cogido de una cuerda, también habíamos jugado con él y le habíamos recompensado.
-Ni de broma ¡Despierta ya!-miré bruscamente a la persona que me daba con el cojín-. Venga.
-Taylor…-me di la vuelta perezosamente-. Tengo sueño.
-Puedo imaginarlo-se levantó de la cama-¿Qué hiciste ayer por la noche?
-¿A qué te refieres?
-Ni lo intentes-levantó el dedo índice de forma acusadora-. Tengo el sueño muy ligero.
-Me pareció oír algo en las cuadras y fui a mirar.
-¿Durante cuatro horas?
-Claro. A mi ritmo-me estiré y tras desperezarme me dirigí al baño-¿Qué tal as dormido?
-Bien, pero no me cambies de tema-Tay me siguió, mirándome perspicazmente-¿Tu ritmo? Eso no tiene sentido. Al menos que sea el ritmo tortuga, no, el ritmo caracol.
-Me has pillado. En realidad mi madre es una tortuga-me hecho una mirada furtiva-. Vale, vale. No te he mentido del todo.
-No, solo omites lo que hiciste luego de comprobar que era ese ruido.
Me giré y encaré su mirada asesina. Si las miradas mataran yo estaría bajo tierra ahora mismo, a unos quince metros de la superficie.
Dudaba de si decírselo o no. Adam me dijo que no se lo dijera a mi padre, pero igual le molestaba que se lo contara a ella.
-¿Realmente estas dudando de si decírmelo o no?-“sí” me gritaba la mente-. Icíar soy yo, no la maruja del pueblo. No voy a pregonarlo a los cuatro vientos por las calles.
-Es que no estoy implicada solo yo.
-¿Implicada? Dime que no te has desecho de un fiambre.
-¡No!-me lavé la cara y luego la enterré en la suavidad de la toalla-. Es algo de lo que mi padre no se puede enterar.
-No hablo con tu padre.
-Ya… ¿Me cubrirías por las noches?
-No sé, ahora lo estoy dudando-le agarré del brazo suplicante-. No me pongas esa cara… ¡Esta bien! Te cubriré.
Le dije lo que anoche había pasado, lo que Adam y yo íbamos a hacer y por qué. Taylor escuchaba con pasmosa atención a todo.
-Guau ¿Sacrificarlo?-asentí-. Os cubriré.
-Gracias.

miércoles, 23 de enero de 2013

Cartas al abuelo. Capítulo 10

Tras un largo tiempo abandonando el blog remonto con un capítulo muy corta, para pillarle el ritmo de nuevo.
El próximo será más largo, y espero publicarlo con un intervalo menor de tiempo.
Espero que os guste :)




Querido abuelo:

Últimamente me  estoy dando cuenta de lo mucho que he madurado en tan poco tiempo. Muchos no lo notaran, pero yo sí. Tanto que a veces no me reconozco.

Quiero seguir  adelante.

Te quiere:                          Icíar

 
Cuando terminamos de acompañar a Adam y su padre volvimos a casa.
La carretera estaba tranquila y oscura. Su sinuosa forma hacía que Taylor se mareara un poco,  por lo que cerró fuertemente los ojos y echó la cabeza hacia tras.
La calma no penetró en el coche, y ninguno de los presentes sentimos la necesidad de cruzar palabras hasta que llegamos a casa.
La luz de la cocina seguía encendida, proporcionando una tenue luz amarillenta que traspasaba las cortinas. Nos ayudo a meter la llave en la cerradura, la cual se hizo de rogar, cediendo solo tras un leve chasquido y un fuerte empujón.
Tan fuerte que Carlos salió disparado hacia al interior, chocando contra el pico de la pequeña mesa. Cojeó hasta una robusta silla.
-Algún día esa puerta me matará.
-Que exagerado eres papá.
Me acerqué a él intentando contener la risa, pero muy a mi pesar miré a Taylor, quien estaba haciendo lo mismo que yo, y en el instante en el que nuestras miradas se encontraron empezamos a reír.
-Eso, reíos de las desgracias ajenas.
No podíamos parar, llegamos al punto en el que el abdomen nos dolía y las lágrimas se saltaban de nuestros ojos.
-Menudo escándalo armáis.
-Vic…-antes de continuar a Tay le dio otro ataque de risa-…es que…
-Sí, sí. Muy gracioso…
-Sí, lo ha sido-mi padre me miró con un teatral fastidio-. Perdona, es que…
Empecé a reír acompañando a mi amiga, la cual no paraba.
Ariel asomó su cabeza y enarcó una ceja al vernos. A paso lento se dirigió donde mi padre estaba sentado.
-¿Qué haces aún despierta?-Carlos miró a Vic, el cual encogió los hombros-. Ve a la cama princesa.
-De eso nada-se giró enfurecida al joven-. Este me debe cincuenta pavos.
-¿¡Qué!?
-¿Creías que la apuesta era falsa?-alargó su mano y extendió la palma hacia él-. Suelta la palma grandullón.
-De eso nada, has hecho trampas.
-Más quisieras, te he sacado la pasta limpiamente, y si no me la das despertaré a todo el pueblo.
Vic miró a Carlos en busca de ayuda, pero este se limitó a encogerse de hombros y mostrar una sonrisa de lado.
El vegetariano sacó de sus desgastados vaqueos un monedeo de cuero,  sacó un billete de cincuenta euros y se los entregó.
Ariel se los guardó en la bota y mostrando una amplia sonrisa le dijo:
-Un placer hacer negocios contigo, Priccolo.
Tras depositar un pequeño beso en la mandíbula de mi padre salió dando saltos de la cocina. Poco después se escuchó cómo la madera de las escaleras crujía a su paso.
-Todos a dormir. Vic, puedes quedarte en el cuarto de Álex.
La oscuridad era tenaz, no me gustaba estar rodeada de la negrura de un sitio. Hacía que me sintiera vacía y desprotegida, como si algo acechara en las sombras. Pero cada vez que encendía la luz no había nada, por más que mi miedo hubiera sido tan real, no había nada.
Me cubrí la cara con las sábanas, dejando solo un hueco para respirar. Cubierta por el fino tacto podía estar más calmada, pero mi temor no se disipaba…
A veces se oían crujir las vigas de madera, pero otro sonido en la distancia perturbaba mi tranquilidad.
Relinchos, sin duda. Algo estaba mal en los establos.
Estiré la mano para encender la lamparita que descansaba en la mesa, me senté en la cama y miré a mi amiga. Dormía plácidamente boca abajo, por lo que me dio mucha angustia levantarla y decidí ir a mirar sola.
Cogí una chaqueta y una pequeña linterna que guardaba en el cajón. Como pretendía salir me puse unos zapatos de deporte y salí al exterior.
Tal vez alguien olvido cerrar una cuadra, o dar agua o comida a algún caballo. Eso esperaba, porque si no…

domingo, 14 de octubre de 2012

Cartas al abuelo. Capítulo 9

Vic no respondió a su último mensaje, en su lugar la llamó.
Le colgó instintivamente, no estaba de humor para escuchar su voz preocupada.
Volvió a llamar, pero tampoco lo cogió, y otra vez el aparato sonó.
-¿Qué?-dijo cansada-. No sabes que si una persona no te coge el móvil es por algo.
-Venga Tay, estoy preocupado.
-Ya te he dicho que no tienes que estarlo, se me pasará en unos días.
-No te lo crees ni tú. Rondaras por la casa de Ici como un alma en pena.
-Lo que tú digas. Espera… ¿Ici? ¿Y esas confianzas?
-No me cambies de tema. Si tan mal te sientes vuelve a casa y arregla las cosas con tus padres.
-No pienso ceder. Además este es un lugar muy tranquilo…Perfecto para practicar eso de la meditación que me aconsejaste.
-… sí que lo es… pero…
-Estaré bien. De momento tú cuida de los peques hasta que regresemos.
-Vale, pero no le des muchas vueltas a ese coco tan testarudo tuyo.
Taylor profirió una pequeña risita.
-Vale, no lo haré.
-Bien, te quiero-sonrió-. Espero ser capaz de meter a la niña en la cama antes de que vengáis, si no, no me darán propina.
-No pensábamos hacerlo…-suspiró pesadamente-. Yo también te quiero.
Colgó nada más terminar la frase, no quería que Vic se pusiera ñoño en estos momentos.
Aún tenía muchas cosas que aclarar en su cabeza.

 
Adam seguía caminando rápida y decididamente hacia algún lugar.
En realidad no creo que tuviera en mente ningún lugar, simplemente caminaba esperando a parar algún día.
Sus ojos estaban perdidos en el suelo, y podía jurar que su oído en sus pisadas.
-Adam, nos estamos alejando mucho.
No hizo nada, solo siguió cabizbajo. Sin prestar atención a lo que había dicho.
-¡Adam! ¡¿Me escuchas?!
Nada, era como si estuviera tan sumido en sus pensamientos que nada pudiera penetrar en su mundo.
Levanté la voz un par de veces más, cada vez más alto, esperando inocentemente a que contestara, pero no lo hizo.
Habíamos llegado a una pequeña tienda que estaba cerrada, no sé exactamente dónde estábamos. Lejos del hospital, tal vez.
Aún no se detiene. Ya hemos pasado la tienda hace unos cinco minutos.
-Adam, para-el siguió caminando, por lo que agarré su brazo y tiré de el-.Para.
Me miró confuso y luego pasó la vista por el lugar.
-Nos hemos alejado mucho…
-¿Nos?-le miré con una mueca de mosqueo-. Te he gritado durante un buen rato, pero estabas a lo tuyo.
-Lo siento…
Se sentó en el suelo tortuosamente.
-¿Qué haces? Tenemos que volver-me agache para mirarle a la cara. Estaba serio, y sus ojos mostraban un vacío infinito-¿Estás bien?
-No quiero volver…
Le mire detenidamente, escudriñando su expresión triste.
Me senté a su lado cuidadosamente y no le dije nada durante un buen rato, solo me quede a su lado, proporcionándole todo el silencio que quería.
Hizo muchos ademanes de hablarme, pero no lo hizo. También me miraba de vez en cuando, pero no se fijaba en mi, solo comprobaba si todavía estaba a su lado.
Aquella noche de verano era espantosamente fría. Me estaba quedando tan gélida que llegué a pensar que moriría si no me movía. Pero no lo hice, porque tenía miedo de dejar a Adam solo.
Estornudé una vez y me froté la nariz, sentí frías ambas partes, las manos y la nariz. Debía de estar pálida y con los mofletes y la nariz colorados. Tenía tanto frío que no tardé en empezar a tiritar.
-¿Tienes frío?
Me reí sarcásticamente.
-Que va, tengo calor-le mire, encarando su mirada perspicaz-¿Qué me ha delatado? ¿El estornudo o el hecho de que estoy tiritando?
-Ambas cosas
No tenías fuerzas para replicarle y, por lo que parecía, el tampoco tenía ánimos para una pelea.
Estaba con la cabeza alzada y los ojos cerrados, increíblemente tranquilo, como si el frío no le calase los huesos.
-Mi padre tiene mucho poder por aquí. Es un gran…-meditó un segundo sus palabras y luego la miró de soslayo-…comerciante. Todo el mundo le trata como si fuera un rey,  y a mí también.
-Por eso la enfermera…
-Sí-suspiró-. Por culpa de eso la gente no me trata como a uno más, se acercan por interés o simplemente, no se me acercan.
-Debes sentirte muy mal al respecto.
Rió débilmente.
-Me siento muy solo…-giró la cabeza hasta clavar en mí sus profundos ojos-. Ahora que lo sabes no… te alejes. Eres la única  que no se ha ido de mi lado.
-Vale-dije algo confusa-. No lo haré
Fue en ese momento cuando realmente me di cuenta de lo solo que se sentía. La soledad le había atrapado por completo, y él realmente quería huir de ahí.
Nos quedamos en silencio un rato, hasta que decidí levantarme para caminar un poco.
De un lado a otro, en silencio, esperando a que él se decidiera a levantarse.
Nadie pasaba por ahí, y yo no llevaba el móvil para poder avisar al resto.
-Creo que estoy siendo egoísta.
Le miré sorprendida, de que hablara claro, ya que había estado cayado y no había hecho ademán de hablar.
-¿A qué te refieres?
-Bueno… te he arrastrado hasta aquí y ahora estoy haciendo que aguantes el frío.
-Pues sí que es un poco egoísta-le dije -. Me estoy congelando, pero… si lo que necesitas es pensar en silencio algo importante, no me importa.
-Pensaba que no me soportabas.
-Y yo pensaba que solo pretendías molestarme porque eres un…-busque la palabra correcto-…maleducado.
¿Maleducado? ¿Es lo mejor que se te ocurre Icíar?-pensé-Eso parece…
-Supongo que…eso es lo que he aprendido. A ser un maleducado.
-¿Y te gusta?-me apoyé en la pared de enfrente.
-Depende.
-Sí, bueno. Supongo que tiene que estar bien saber cómo insultar al que se mete contigo-se rió-. Hablo en serio. Yo desearía ser así en algunos momentos.
Adam se levantó, sacudiéndose un poco el polvo del trasero.
-Bueno, creo que deben de estar preocupados.
-Deben de estar desquiciados.


Volvimos al hospital, donde mi padre y el  Adam empezaron a hacernos preguntas, me sentí como si me estuvieran ametrallando con las preguntas.
Las enfermeras atendieron a Adam enseguida, y con él entró su padre y el mío, por lo que me quede en la sala de espera con Taylor.
Estaba mirando a la nada de manera melancólica, mientras jugueteaba con su móvil.
-Tay… ¿estás bien?
-¿Eh? Sí, sí. No te preocupes, solo pensaba.
La mire a los ojos y interrumpió su jugueteó con el teléfono para encarame.
-De verdad.
-¿Dieces eso para que intente creerte o para que no insista?
-Bueno, si te lo crees no insistirás. Pero si te indico que no insistas seguirás preguntando- se encogió de hombros-. No hay quien te engañe.
-Más bien tú eres un libro abierto.
-No decías que necesitabas un manual de instrucciones para entenderme.
-Sí, pero para las cosas complicadas-bajé la mirada y empecé a escudriñar mis zapatos- Es fácil adivinar cuando estas enfadada o triste.
-Pero cuando te digo que no me pasa nada te sueles dar por vencida- la encaró-¿Eso no es de cobardes?
-Si te insisto te enfadas, si no, también…-me muerdo en labio inferior mientras froto mi brazo derecho-. Es más fácil esperar que se te pase.
-¿Y si algún día no se me pasa?
Dejé lo que estaba haciendo para mirarla fijamente, estaba seria, mirándome, retándome.
-¿A qué te refieres?
-Me refiero a que… imagínate que algo me ocurre, y no sabes el qué, y por no insistirme pienso que no te importo y me voy.
-Eso es ridículo… ¿por qué pensarías que no me importas?-se encoge de hombros-. Siempre he estado a tu lado, desde pequeñas. A lo que quiero llegar es que,  creo que no es justo que me pongas en esa categoría, porque nunca dejaras de importarme.
-A no ser que te haga daño.
-Ya lo has hecho muchas veces, y yo a ti- me di una palmadita en el muslo para romper la tensión-. Pero aquí estamos.
-No escarmentamos.
-No.
-Siempre juntas.
-Ya no lo estamos tanto, si te fijas.
-Es verdad- miró hacia el techo-¿Qué nos pasó? Antes éramos las mejores amigas, del mundo mundial.
-Supongo que… nos hicimos más independientes la una de la otra. Conocimos a otras personas, no enfadamos, nos reconciliamos y… bueno, ahora estamos aquí.
-Parece que fue ayer cuando teníamos doce años.
-Sí-reí junto a ella-. Ahora somos adultas, tú tienes novio,  yo una casa con caballos… No nos podemos quejar tanto.
-Siempre miras el lado positivo de todo ¿eh?
-Es mejor que deprimirse. Siempre hay que mirar hacia adelante, no vale desmoronarse-la miré decidida-. Esta no es la parte más dura, aún nos queda un largo tramo que recorrer, Taylor. Este no es el final de nuestro viaje.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Cartas al abuelo. Capítulo 8.

Taylor se asomó en el baño con paso cauteloso.
Ariel la empujó al salir del cuarto, tirándola al suelo.
-Oye, niña, mira por dónde vas.
-¡Ariel!-Icíar fue hacia ella, pero entonces pisó la mano de la morena-. Lo siento Taylor.
-Esa, era mi mano-dijo entre gemidos-. Duele.
Icíar empezó a reír, tapándose la boca con la mano.
-Lo siento, pero…-volvió a mirarla y se río más fuerte-. Tienes una cara muy divertida.
-Eso, tu ríete de los desvalidos.
Icíar recordó el gran moratón y fue corriendo con la pomada en mano.
Taylor se levantó y la siguió escaleras abajo.
-Icíar, qué pasa…
Un hombre de siniestro aspecto las miró, sujetaba una bolsa de hielo contra el hombro del muchacho pelirrojo.
-¿Qué te ha pasado?-preguntó esta confusa-. Menudo moratón.
Adam miró con fastidió a Taylor y Icíar, quien le tendió la pomada a su padre.
Taylor miró descuidadamente la mano de esta, estaba temblorosa,  como si se pensara si dárselo o no.
-Bien-dijo Carlos al recibir el bote-. Creo que tenemos que llevaste al hospital para que te lo miren.
-¿Al hospital? Eso no es necesario, estoy perfectamente.
-Adam… cálmate-el otro hombre que estaba en la sala le izo señas para que se sentara de nuevo-. Es mejor así.
El muchacho quedó en silencio unos minutos, meditando atentamente la proposición que se le hacía. Se frotaba las manos mientras miraba al suelo, haciendo eterno el silencio.
-Yo creo que deberías ir-Icíar pronunció las palabras con voz temblorosa-. No tiene buena pinta.
Procuraba no mirar el brazo del chico, ni siquiera por accidente. Permanecía mirando sus botines.
 Aún no se había cambiado de ropa desde el funeral.
El pelirrojo la miró de reojo y asintió levemente. Se levantó acto seguido y cogió la camiseta que reposaba sobre la masa y se la puso.
-Vale, pero no voy a quedarme todo el día ahí metido.
-Pues en marcha. Icíar, Taylor, quedaros al cuidado de Ariel y Alex.
-¿Qué? Yo pienso ir con vosotros.
Taylor miró incrédula a Icíar, al igual que todos los presentes.
-No pienso quedarme aquí de brazos cruzados.
-Entonces llamaré a Vic para que los cuide él- Icíar la miro perpleja-. Si tú vas, yo también.

 
Todos montamos en el coche del hombre de negro cabello.
Mi padre me había aclarado quien era, el padre de Adam.
Para ser sincera, no me había sorprendido mucho, se parecían bastante en algunos aspectos. Tenían la misma forma de la cara, el mismo tipo de mirada, como fueran superiores a los demás, incluso, se parecían en la forma de caminar.
El hospital estaba a unos quince minutos en coche. Eso le había dicho su padre distraídamente antes de comenzar el trayecto.
Todos estaban en silencio. El padre de Adam conducía y el mío iba de copiloto.
Taylor miraba por la ventana con una mirada distante, como si estuviera en otro mundo, en un lugar muy lejano. Adam miraba hacia delante, intentaba no tocar el respaldo, cada vez que lo hacía en su cara se reflejaba una mueca de dolor, pero no decía nada, ni una sola queja.
-¿Cómo te lo hiciste?-le pregunté en voz baja, acercándome un poco a su oído-¿Te diste con algo?
Me miró de refilón y abrió la boca para decir algo, pero la cerró al instante. Hizo lo mismo un par de veces más hasta que decidió dejar de titubear y me meró directamente.
-Me tiró un caballo.
-¿Un caballo?
No me contestó, se limito a volver a mirar al frente.
Una vez ya en el hospital, el padre de Adam, fue a hablar con la que estaba atendiendo la sala de espera mientras nosotros esperábamos sentados.
Taylor cogió su móvil y empezó a teclear rápidamente.
-¿Qué haces?
-Enviar un mensaje a Vic.
-Están prohibidos los móviles aquí-el pelirrojo señaló un cartel-. Apágalo.
-Relájate, no me dirán nada si no me pillan.
-Entonces ponlo en vibrador antes de que te conteste.
La morena puso los ojos en blanco.
-Voy a salir un rato.
-Vale, pero no te alejes mucho-mi padre se sentó en el sitió que ella acababa de dejar-. Ni tardes.
-Sí.
Unos segundos después Bill se acercó con una enfermera.
Tenía una gran sonrisa en la cara y una mirada nerviosa. Como si estuviera asustada de algo o alguien…
No paraba de echarle rápidos vistazos a Bill mientras le decía a Adam que tenía que esperar un poco más para que le viera el doctor.
-Espero que no te moleste…
-No me importa.
-¿Seguro?-la enfermera le miró suplicante-. No me importa pedir que se den prisa…
-No me importa esperar un poco.
Le miré atentamente, estaba realmente molesto con la insistencia de de la mujer.
-Bien, bien. Aún así les pediré que no tarden mucho.
-Ya he dicho que…-suspiró y luego se levantó bruscamente-. Da igual. Voy a tomar el aire.
-¿Tu también?-papá se levantó costosamente y le miró-. Haz lo que quieras, pero lo mismo que le he dicho a Taylor te lo digo a ti.
-Ya, vale.
-Espera, voy contigo.
Me miró de arriba abajo durante unos segundos, después se dio la vuelta y empezó a caminar rápidamente hacia la salida
-¡Vale!-dijo mientras mantenía el paso firme-. Pero no me causes problemas.
Sonreí levemente y empecé a andar rápidamente para alcanzarlo.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Cartas al abuelo. Capítulo 7.


 

Querido abuelo:

Esta es la segunda carta que te escribo tras tu muerte.

¿Escuchaste mi discurso? Espero que así fuera, porque había tantas cosas que deseaba decirte. Pero finalmente, no pude.

Me han contado tantas cosas sobre ti. Ojala las hubiera sabido antes de que te fueras.

Te quiero, Icíar.

Las facturas se  acumulaban en la mesa. Pasaba las hojas entre sus manos, revisando la cantidad de ceros que se acumulaban en cada uno de los papeles.

Sorbió un poco de café caliente y continuó con las cuentas.

De vez en cuando echaba un ojo a las puertas, la de la cocina y la principal, y después volvía a mirar los papeles.

Agua, luz, gas…

La puerta de la cocina sonó con un ligero golpe de nudillos y, después, se abrió de par en par. Un hombre alto se apoyó en el marco de la puerta. Era de oscura cabellera y ojos grises.

-Carlos… Esperaba encontrarte aquí.

-Ya sabes que en esta casa la acción se desarrolla en la cocina o los establos.

-De eso quería hablarte. Este mes no me has ingresado lo que me debes… ¿Tengo que preocuparme?-los hermosos ojos grises del hombre centellearon ante la pregunta, dando a entender una amenaza- Ya sabes que soy muy indulgente contigo, porque eres mi amigo, pero los negocios…

-Lo sé- le corto él-, lo sé. Tendré el dinero, he estado ocupado este mes, pero te lo daré. No te preocupes, Bill.

El gran hombre sonrió satisfecho de oír eso y se adentró más en la sala, acercándose a la mesa donde estaba Carlos revisando las facturas.

-Estoy muy agradecido de que le dieras trabajo a Adam en tus establos, y también estoy agradecido de que Ariel y Patrick sean amigos. Por eso somos buenos amigos Carlos, porque te agradezco mucho. Pero no puedo ser el eslabón débil de la cadena. Quiero el dinero mañana a las ocho de la mañana, vendré a recogerlo con mis socios, recuérdalo.

-Lo haré, Bill.

-Por cierto, ¿qué tal tu hija mayor? Adam me dijo que ya estaba aquí.

Carlos miró a Bill detenidamente, escudriñando su rostro. Los grisáceos ojos del hombre destellaban en la débil luz de la lámpara, haciéndolo increíblemente amenazador.

-Bien-dijo cauteloso.

Bill echó la cabeza hacia atrás y profirió una gran carcajada.

-Venga, Carlos. No le haría daño a tus hijos-el hombre lo dijo entre dientes-. Lo sabes.

El silencio se apoderó de la sala, haciendo sentirse incómodo  a Carlos. Sentía una gran presión en los hombros mientras Bill le miraba molesto.

-Ya sé, que tal una fiesta de bienvenida a tu hija, en mi casa. Le encantará.

-Mejor una de cumpleaños-dijo resignado-. Aún le debo una fiesta de cumpleaños.

-Bien, pues una fiesta de cumpleaños. Pero venir elegantes, me gustan que las fiestas tengan clase.

Bill miró a Carlos, y sus ojos adquirieron una expresión perspicaz mientras lo examinaba de arriba abajo detenidamente.

-Tienes ropa elegante… ¿verdad?

Carlos se miró el atuendo que llevaba. Era muy básico. Unos vaqueros, una camiseta vieja y unas botas.

-Sí, el traje que me puse en el funeral…

-¡No! Por el amor de Dios. No te atrevas a ponerte ese traje- el hombre de azabache cabello dio un golpe en la mesa-.Ten la decencia de comprarte una para ocasiones especiales. No te pongas uno que simbolice a la parca.

-No tengo otro-admitió.

Bill le miró sorprendido y un instante después su semblante cambió.  Se le quedo mirando fijamente durante un rato.

El tiempo suficiente para que Carlos pudiera diferenciar una mancha verde en su ojo derecho. Era minúscula, pero a cierta distancia podía distinguirse.

Entonces lo ojos de Bill cambiaron a horro.

-Dime que mientes…

-No. No tengo ningún otro traje. Ni siquiera una camisa “elegante”.

El hombre resopló frustrado y luego se dirigió hacia la puerta con paso cansado.

-Pues compra otro rápido.

Rozó el pomo de la puerta con los dedos antes de agarrarlo para abrir la puerta, pero cuando quiso empujar hacia fuera para salir alguien al otro lado se le adelantó.

 

 

Taylor empezó a sacar la ropa de su maleta. Cogía una prenda, la miraba unos segundos y luego la tiraba a la cama.

Cuando termino de sacar toda su ropa fue al armario de Icíar y lo abrió de par en par, examinando el espacio que quedaba para ella.

Le sorprendió la poca ropa colgada que había, por lo que abrió los cajones. También tenían espacio.

-¿Qué haces fisgando en el armario?-Icíar se acercó a ella-. Es de mala educación hacer eso.

-Perdona… un momento… ¿Por qué hay tan poca ropa?- miró acusadoramente a su amiga-. Te encanta  a comprar ropa… ¿dónde está todo?

-Me lo dejé. Hera demasiado.

-¿Qué?-Taylor miró a su amiga con suspicacia-. ¿Qué bicho te ha picado?

-¡Déjalo! ¿Vale? Fin del asunto…-Taylor intentó decir algo, pero Icíar continuó-. Estoy cansada, date prisa en recoger esto- ladeó la cabeza hacia la montaña de ropa-. Ya sabes que cuando tengo sueño me pongo de mal humor…

-Eso aré.

-Bien- se encaminó hacia la puerta y antes de salir por ella la miró por encima del hombro-.Puedes usar el armario y los cajones, no me importa.

 

 

 

 

-¿Adam?

Bill estaba sobresaltado al ver a su hijo en el otro lado de la puerta.

Tenía la cabellera alborotada y su ropa estaba llena de barro.

-¿Qué haces aquí?-preguntó amistosamente a su padre mientras entraba-. Ya soy mayorcito como para que vengas a buscarme. Tengo hasta un coche propio.

-¿Esa camioneta destartalada?-rió Bill, y a este se le unió Carlos-. Un día te dejará tirado en la cuneta.

-De momento no me ha dado problemas.

Carlos le miró durante unos segundos y luego se levantó. Fue hacia él con paso firme y decidido.

-¿Por qué estas lleno de barro?

Su voz era firme y sebera, exigiendo una respuesta sincera mientras sometía al joven al tercer grado con la mirada.

Bill le sacudió un poco de barro despreocupadamente por el hombro.

Al sentir la palmada firme de su padre sobre la piel Adam izo una mueca de dolor.

-Quítate la camiseta-ordenó Carlos.

Bill miró el rostro enfadado del hombre y luego el de su hijo, que apartaba la mirada de Carlos.

-¿Qué sucede? ¿Carlos?

-Tu hijo se ha lastimado a causa de su poco sentido común-le dio un pequeño apretón en el hombro en el que su padre le había hecho daño. El lado derecho-. Tengo un caballo nuevo muy indisciplinado y tengo que enderezarle-. Adam volvió a hacer una mueca de dolor-, pero Adam lo quiere hacer el… solo…

-Ni siquiera confías en mí. No quieres que aprenda a domesticar un caballo ¡No lo entiendo!

-Es simple, no estás preparado-le dijo con frialdad-.Quítate la camiseta, quiero ver las magulladuras.

-No hay necesidad…

Bill agarró el hombro de su hijo ligeramente y intento conducirle a una silla. Cuando pudo hacer que se sentara sin rechistar le fulminó con la mirada.

-Quítate la camiseta antes de que no responda de mis actos.

Con pasmosa lentitud Adam obedeció, y cuando dejo al descubierto el hombro derecho  ambos hombres se quedaron horripilados.

 

 

 

Fui a la cocina a tomar un vaso de agua para aclarar mis ideas. Últimamente mi cabeza no paraba de darle vueltas a tantos asuntos, que me parecía increíble que no hubiese salido ardiendo.

Los peldaños crujían con cada paso que daba, haciendo que, instintivamente, mirara por donde ponía los pies.

-Dios mío…-una voz  desconocida sonó rompiendo un silencio sepulcral-.Dios…mío.

Me asomé cuidadosamente a la cocina. Un hombre con el pelo oscuro estaba allí, el que hablaba antes, pensé vagamente. También mi padre y Adam…

-Madre…mía…-susurré para mí-. ¿Qué te ha pasado?

Todos los presentes me miraron algo confusos, pero yo solo podía fijar mi atención en el horrible moratón del pelirrojo.

Le cubría casi todo el hombro derecho y parte del brazo. Estaba hinchado y tenía un horrible color morado entremezclado con rojo.

-Icíar… ¿puedes ayudarnos?-mi padre se acercó un poco hacia mí. Asentí lentamente sin apartar la vista de Adam-. Tengo una pomada en el baño para este tipo de… magulladuras. Tráelo.

-Vale…

Subí de nuevo las escaleras a toda prisa, intentando llegar lo antes posible al baño.

Había un montón de botes, por los que rebusque entre ellos frenéticamente hasta dar con el apropiado.

-Menudo escándalo estas montando…

Me giré bruscamente y el bote se me resbaló cayendo al suelo con un sonido sordo.

La pálida mano de mi hermana lo recogió y me lo entregó, no sin antes mirar que era.

-¿Todo este escándalo para un bote de pomada para moratones?-puso los ojos en blanco al ver que no la respondía-. Estas como una cabra.

-Y tú como un cencerro-le grité cuando se estaba dando la vuelta-. Vete a dormir de una vez, Ariel.