Querido abuelo:
Esta es la segunda carta que te escribo tras tu muerte.
¿Escuchaste mi discurso? Espero que así fuera, porque había tantas
cosas que deseaba decirte. Pero finalmente, no pude.
Me han contado tantas cosas sobre ti. Ojala las hubiera sabido
antes de que te fueras.
Te quiero, Icíar.
Las facturas
se acumulaban en la mesa. Pasaba las
hojas entre sus manos, revisando la cantidad de ceros que se acumulaban en cada
uno de los papeles.
Sorbió un
poco de café caliente y continuó con las cuentas.
De vez en
cuando echaba un ojo a las puertas, la de la cocina y la principal, y después
volvía a mirar los papeles.
Agua, luz,
gas…
La puerta de
la cocina sonó con un ligero golpe de nudillos y, después, se abrió de par en
par. Un hombre alto se apoyó en el marco de la puerta. Era de oscura cabellera
y ojos grises.
-Carlos…
Esperaba encontrarte aquí.
-Ya sabes
que en esta casa la acción se desarrolla en la cocina o los establos.
-De eso
quería hablarte. Este mes no me has ingresado lo que me debes… ¿Tengo que
preocuparme?-los hermosos ojos grises del hombre centellearon ante la pregunta,
dando a entender una amenaza- Ya sabes que soy muy indulgente contigo, porque
eres mi amigo, pero los negocios…
-Lo sé- le
corto él-, lo sé. Tendré el dinero, he estado ocupado este mes, pero te lo
daré. No te preocupes, Bill.
El gran
hombre sonrió satisfecho de oír eso y se adentró más en la sala, acercándose a
la mesa donde estaba Carlos revisando las facturas.
-Estoy muy
agradecido de que le dieras trabajo a Adam en tus establos, y también estoy
agradecido de que Ariel y Patrick sean amigos. Por eso somos buenos amigos Carlos,
porque te agradezco mucho. Pero no puedo ser el eslabón débil de la cadena.
Quiero el dinero mañana a las ocho de la mañana, vendré a recogerlo con mis
socios, recuérdalo.
-Lo haré,
Bill.
-Por cierto,
¿qué tal tu hija mayor? Adam me dijo que ya estaba aquí.
Carlos miró
a Bill detenidamente, escudriñando su rostro. Los grisáceos ojos del hombre
destellaban en la débil luz de la lámpara, haciéndolo increíblemente
amenazador.
-Bien-dijo
cauteloso.
Bill echó la
cabeza hacia atrás y profirió una gran carcajada.
-Venga,
Carlos. No le haría daño a tus hijos-el hombre lo dijo entre dientes-. Lo
sabes.
El silencio
se apoderó de la sala, haciendo sentirse incómodo a Carlos. Sentía una gran presión en los
hombros mientras Bill le miraba molesto.
-Ya sé, que
tal una fiesta de bienvenida a tu hija, en mi casa. Le encantará.
-Mejor una
de cumpleaños-dijo resignado-. Aún le debo una fiesta de cumpleaños.
-Bien, pues
una fiesta de cumpleaños. Pero venir elegantes, me gustan que las fiestas tengan
clase.
Bill miró a
Carlos, y sus ojos adquirieron una expresión perspicaz mientras lo examinaba de
arriba abajo detenidamente.
-Tienes ropa
elegante… ¿verdad?
Carlos se
miró el atuendo que llevaba. Era muy básico. Unos vaqueros, una camiseta vieja
y unas botas.
-Sí, el
traje que me puse en el funeral…
-¡No! Por el
amor de Dios. No te atrevas a ponerte ese traje- el hombre de azabache cabello
dio un golpe en la mesa-.Ten la decencia de comprarte una para ocasiones
especiales. No te pongas uno que simbolice a la parca.
-No tengo
otro-admitió.
Bill le miró
sorprendido y un instante después su semblante cambió. Se le quedo mirando fijamente durante un
rato.
El tiempo
suficiente para que Carlos pudiera diferenciar una mancha verde en su ojo
derecho. Era minúscula, pero a cierta distancia podía distinguirse.
Entonces lo
ojos de Bill cambiaron a horro.
-Dime que
mientes…
-No. No
tengo ningún otro traje. Ni siquiera una camisa “elegante”.
El hombre
resopló frustrado y luego se dirigió hacia la puerta con paso cansado.
-Pues compra
otro rápido.
Rozó el pomo
de la puerta con los dedos antes de agarrarlo para abrir la puerta, pero cuando
quiso empujar hacia fuera para salir alguien al otro lado se le adelantó.
Taylor
empezó a sacar la ropa de su maleta. Cogía una prenda, la miraba unos segundos
y luego la tiraba a la cama.
Cuando
termino de sacar toda su ropa fue al armario de Icíar y lo abrió de par en par,
examinando el espacio que quedaba para ella.
Le
sorprendió la poca ropa colgada que había, por lo que abrió los cajones.
También tenían espacio.
-¿Qué haces
fisgando en el armario?-Icíar se acercó a ella-. Es de mala educación hacer
eso.
-Perdona… un
momento… ¿Por qué hay tan poca ropa?- miró acusadoramente a su amiga-. Te
encanta a comprar ropa… ¿dónde está
todo?
-Me lo dejé.
Hera demasiado.
-¿Qué?-Taylor
miró a su amiga con suspicacia-. ¿Qué bicho te ha picado?
-¡Déjalo!
¿Vale? Fin del asunto…-Taylor intentó decir algo, pero Icíar continuó-. Estoy
cansada, date prisa en recoger esto- ladeó la cabeza hacia la montaña de ropa-.
Ya sabes que cuando tengo sueño me pongo de mal humor…
-Eso aré.
-Bien- se
encaminó hacia la puerta y antes de salir por ella la miró por encima del
hombro-.Puedes usar el armario y los cajones, no me importa.
-¿Adam?
Bill estaba
sobresaltado al ver a su hijo en el otro lado de la puerta.
Tenía la
cabellera alborotada y su ropa estaba llena de barro.
-¿Qué haces
aquí?-preguntó amistosamente a su padre mientras entraba-. Ya soy mayorcito
como para que vengas a buscarme. Tengo hasta un coche propio.
-¿Esa
camioneta destartalada?-rió Bill, y a este se le unió Carlos-. Un día te dejará
tirado en la cuneta.
-De momento
no me ha dado problemas.
Carlos le
miró durante unos segundos y luego se levantó. Fue hacia él con paso firme y
decidido.
-¿Por qué
estas lleno de barro?
Su voz era
firme y sebera, exigiendo una respuesta sincera mientras sometía al joven al
tercer grado con la mirada.
Bill le
sacudió un poco de barro despreocupadamente por el hombro.
Al sentir la
palmada firme de su padre sobre la piel Adam izo una mueca de dolor.
-Quítate la
camiseta-ordenó Carlos.
Bill miró el
rostro enfadado del hombre y luego el de su hijo, que apartaba la mirada de
Carlos.
-¿Qué
sucede? ¿Carlos?
-Tu hijo se
ha lastimado a causa de su poco sentido común-le dio un pequeño apretón en el
hombro en el que su padre le había hecho daño. El lado derecho-. Tengo un
caballo nuevo muy indisciplinado y tengo que enderezarle-. Adam volvió a hacer
una mueca de dolor-, pero Adam lo quiere hacer el… solo…
-Ni siquiera
confías en mí. No quieres que aprenda a domesticar un caballo ¡No lo entiendo!
-Es simple,
no estás preparado-le dijo con frialdad-.Quítate la camiseta, quiero ver las
magulladuras.
-No hay
necesidad…
Bill agarró
el hombro de su hijo ligeramente y intento conducirle a una silla. Cuando pudo
hacer que se sentara sin rechistar le fulminó con la mirada.
-Quítate la
camiseta antes de que no responda de mis actos.
Con pasmosa
lentitud Adam obedeció, y cuando dejo al descubierto el hombro derecho ambos hombres se quedaron horripilados.
Fui a la
cocina a tomar un vaso de agua para aclarar mis ideas. Últimamente mi cabeza no
paraba de darle vueltas a tantos asuntos, que me parecía increíble que no
hubiese salido ardiendo.
Los peldaños
crujían con cada paso que daba, haciendo que, instintivamente, mirara por donde
ponía los pies.
-Dios
mío…-una voz desconocida sonó rompiendo
un silencio sepulcral-.Dios…mío.
Me asomé
cuidadosamente a la cocina. Un hombre con el pelo oscuro estaba allí, el que
hablaba antes, pensé vagamente. También mi padre y Adam…
-Madre…mía…-susurré
para mí-. ¿Qué te ha pasado?
Todos los
presentes me miraron algo confusos, pero yo solo podía fijar mi atención en el
horrible moratón del pelirrojo.
Le cubría
casi todo el hombro derecho y parte del brazo. Estaba hinchado y tenía un horrible
color morado entremezclado con rojo.
-Icíar… ¿puedes
ayudarnos?-mi padre se acercó un poco hacia mí. Asentí lentamente sin apartar
la vista de Adam-. Tengo una pomada en el baño para este tipo de… magulladuras.
Tráelo.
-Vale…
Subí de
nuevo las escaleras a toda prisa, intentando llegar lo antes posible al baño.
Había un montón
de botes, por los que rebusque entre ellos frenéticamente hasta dar con el
apropiado.
-Menudo escándalo
estas montando…
Me giré
bruscamente y el bote se me resbaló cayendo al suelo con un sonido sordo.
La pálida
mano de mi hermana lo recogió y me lo entregó, no sin antes mirar que era.
-¿Todo este escándalo
para un bote de pomada para moratones?-puso los ojos en blanco al ver que no la
respondía-. Estas como una cabra.
-Y tú como
un cencerro-le grité cuando se estaba dando la vuelta-. Vete a dormir de una
vez, Ariel.
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