sábado, 8 de septiembre de 2012

Cartas al abuelo. Capítulo 7.


 

Querido abuelo:

Esta es la segunda carta que te escribo tras tu muerte.

¿Escuchaste mi discurso? Espero que así fuera, porque había tantas cosas que deseaba decirte. Pero finalmente, no pude.

Me han contado tantas cosas sobre ti. Ojala las hubiera sabido antes de que te fueras.

Te quiero, Icíar.

Las facturas se  acumulaban en la mesa. Pasaba las hojas entre sus manos, revisando la cantidad de ceros que se acumulaban en cada uno de los papeles.

Sorbió un poco de café caliente y continuó con las cuentas.

De vez en cuando echaba un ojo a las puertas, la de la cocina y la principal, y después volvía a mirar los papeles.

Agua, luz, gas…

La puerta de la cocina sonó con un ligero golpe de nudillos y, después, se abrió de par en par. Un hombre alto se apoyó en el marco de la puerta. Era de oscura cabellera y ojos grises.

-Carlos… Esperaba encontrarte aquí.

-Ya sabes que en esta casa la acción se desarrolla en la cocina o los establos.

-De eso quería hablarte. Este mes no me has ingresado lo que me debes… ¿Tengo que preocuparme?-los hermosos ojos grises del hombre centellearon ante la pregunta, dando a entender una amenaza- Ya sabes que soy muy indulgente contigo, porque eres mi amigo, pero los negocios…

-Lo sé- le corto él-, lo sé. Tendré el dinero, he estado ocupado este mes, pero te lo daré. No te preocupes, Bill.

El gran hombre sonrió satisfecho de oír eso y se adentró más en la sala, acercándose a la mesa donde estaba Carlos revisando las facturas.

-Estoy muy agradecido de que le dieras trabajo a Adam en tus establos, y también estoy agradecido de que Ariel y Patrick sean amigos. Por eso somos buenos amigos Carlos, porque te agradezco mucho. Pero no puedo ser el eslabón débil de la cadena. Quiero el dinero mañana a las ocho de la mañana, vendré a recogerlo con mis socios, recuérdalo.

-Lo haré, Bill.

-Por cierto, ¿qué tal tu hija mayor? Adam me dijo que ya estaba aquí.

Carlos miró a Bill detenidamente, escudriñando su rostro. Los grisáceos ojos del hombre destellaban en la débil luz de la lámpara, haciéndolo increíblemente amenazador.

-Bien-dijo cauteloso.

Bill echó la cabeza hacia atrás y profirió una gran carcajada.

-Venga, Carlos. No le haría daño a tus hijos-el hombre lo dijo entre dientes-. Lo sabes.

El silencio se apoderó de la sala, haciendo sentirse incómodo  a Carlos. Sentía una gran presión en los hombros mientras Bill le miraba molesto.

-Ya sé, que tal una fiesta de bienvenida a tu hija, en mi casa. Le encantará.

-Mejor una de cumpleaños-dijo resignado-. Aún le debo una fiesta de cumpleaños.

-Bien, pues una fiesta de cumpleaños. Pero venir elegantes, me gustan que las fiestas tengan clase.

Bill miró a Carlos, y sus ojos adquirieron una expresión perspicaz mientras lo examinaba de arriba abajo detenidamente.

-Tienes ropa elegante… ¿verdad?

Carlos se miró el atuendo que llevaba. Era muy básico. Unos vaqueros, una camiseta vieja y unas botas.

-Sí, el traje que me puse en el funeral…

-¡No! Por el amor de Dios. No te atrevas a ponerte ese traje- el hombre de azabache cabello dio un golpe en la mesa-.Ten la decencia de comprarte una para ocasiones especiales. No te pongas uno que simbolice a la parca.

-No tengo otro-admitió.

Bill le miró sorprendido y un instante después su semblante cambió.  Se le quedo mirando fijamente durante un rato.

El tiempo suficiente para que Carlos pudiera diferenciar una mancha verde en su ojo derecho. Era minúscula, pero a cierta distancia podía distinguirse.

Entonces lo ojos de Bill cambiaron a horro.

-Dime que mientes…

-No. No tengo ningún otro traje. Ni siquiera una camisa “elegante”.

El hombre resopló frustrado y luego se dirigió hacia la puerta con paso cansado.

-Pues compra otro rápido.

Rozó el pomo de la puerta con los dedos antes de agarrarlo para abrir la puerta, pero cuando quiso empujar hacia fuera para salir alguien al otro lado se le adelantó.

 

 

Taylor empezó a sacar la ropa de su maleta. Cogía una prenda, la miraba unos segundos y luego la tiraba a la cama.

Cuando termino de sacar toda su ropa fue al armario de Icíar y lo abrió de par en par, examinando el espacio que quedaba para ella.

Le sorprendió la poca ropa colgada que había, por lo que abrió los cajones. También tenían espacio.

-¿Qué haces fisgando en el armario?-Icíar se acercó a ella-. Es de mala educación hacer eso.

-Perdona… un momento… ¿Por qué hay tan poca ropa?- miró acusadoramente a su amiga-. Te encanta  a comprar ropa… ¿dónde está todo?

-Me lo dejé. Hera demasiado.

-¿Qué?-Taylor miró a su amiga con suspicacia-. ¿Qué bicho te ha picado?

-¡Déjalo! ¿Vale? Fin del asunto…-Taylor intentó decir algo, pero Icíar continuó-. Estoy cansada, date prisa en recoger esto- ladeó la cabeza hacia la montaña de ropa-. Ya sabes que cuando tengo sueño me pongo de mal humor…

-Eso aré.

-Bien- se encaminó hacia la puerta y antes de salir por ella la miró por encima del hombro-.Puedes usar el armario y los cajones, no me importa.

 

 

 

 

-¿Adam?

Bill estaba sobresaltado al ver a su hijo en el otro lado de la puerta.

Tenía la cabellera alborotada y su ropa estaba llena de barro.

-¿Qué haces aquí?-preguntó amistosamente a su padre mientras entraba-. Ya soy mayorcito como para que vengas a buscarme. Tengo hasta un coche propio.

-¿Esa camioneta destartalada?-rió Bill, y a este se le unió Carlos-. Un día te dejará tirado en la cuneta.

-De momento no me ha dado problemas.

Carlos le miró durante unos segundos y luego se levantó. Fue hacia él con paso firme y decidido.

-¿Por qué estas lleno de barro?

Su voz era firme y sebera, exigiendo una respuesta sincera mientras sometía al joven al tercer grado con la mirada.

Bill le sacudió un poco de barro despreocupadamente por el hombro.

Al sentir la palmada firme de su padre sobre la piel Adam izo una mueca de dolor.

-Quítate la camiseta-ordenó Carlos.

Bill miró el rostro enfadado del hombre y luego el de su hijo, que apartaba la mirada de Carlos.

-¿Qué sucede? ¿Carlos?

-Tu hijo se ha lastimado a causa de su poco sentido común-le dio un pequeño apretón en el hombro en el que su padre le había hecho daño. El lado derecho-. Tengo un caballo nuevo muy indisciplinado y tengo que enderezarle-. Adam volvió a hacer una mueca de dolor-, pero Adam lo quiere hacer el… solo…

-Ni siquiera confías en mí. No quieres que aprenda a domesticar un caballo ¡No lo entiendo!

-Es simple, no estás preparado-le dijo con frialdad-.Quítate la camiseta, quiero ver las magulladuras.

-No hay necesidad…

Bill agarró el hombro de su hijo ligeramente y intento conducirle a una silla. Cuando pudo hacer que se sentara sin rechistar le fulminó con la mirada.

-Quítate la camiseta antes de que no responda de mis actos.

Con pasmosa lentitud Adam obedeció, y cuando dejo al descubierto el hombro derecho  ambos hombres se quedaron horripilados.

 

 

 

Fui a la cocina a tomar un vaso de agua para aclarar mis ideas. Últimamente mi cabeza no paraba de darle vueltas a tantos asuntos, que me parecía increíble que no hubiese salido ardiendo.

Los peldaños crujían con cada paso que daba, haciendo que, instintivamente, mirara por donde ponía los pies.

-Dios mío…-una voz  desconocida sonó rompiendo un silencio sepulcral-.Dios…mío.

Me asomé cuidadosamente a la cocina. Un hombre con el pelo oscuro estaba allí, el que hablaba antes, pensé vagamente. También mi padre y Adam…

-Madre…mía…-susurré para mí-. ¿Qué te ha pasado?

Todos los presentes me miraron algo confusos, pero yo solo podía fijar mi atención en el horrible moratón del pelirrojo.

Le cubría casi todo el hombro derecho y parte del brazo. Estaba hinchado y tenía un horrible color morado entremezclado con rojo.

-Icíar… ¿puedes ayudarnos?-mi padre se acercó un poco hacia mí. Asentí lentamente sin apartar la vista de Adam-. Tengo una pomada en el baño para este tipo de… magulladuras. Tráelo.

-Vale…

Subí de nuevo las escaleras a toda prisa, intentando llegar lo antes posible al baño.

Había un montón de botes, por los que rebusque entre ellos frenéticamente hasta dar con el apropiado.

-Menudo escándalo estas montando…

Me giré bruscamente y el bote se me resbaló cayendo al suelo con un sonido sordo.

La pálida mano de mi hermana lo recogió y me lo entregó, no sin antes mirar que era.

-¿Todo este escándalo para un bote de pomada para moratones?-puso los ojos en blanco al ver que no la respondía-. Estas como una cabra.

-Y tú como un cencerro-le grité cuando se estaba dando la vuelta-. Vete a dormir de una vez, Ariel.

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